lunes, 20 de abril de 2009

Ébano


Autor: Ryszard Kapuscinski, 1998
Título original: Heban
Editorial: Anagrama
Número de páginas: 340

“Nos subimos al autobús y ocupamos los asientos. En este momento puede producirse una colisión entre dos culturas, un choque, un conflicto. Esto sucederá si el pasajero es un forastero que no conoce África. Alguien así empezará a removerse en el asiento, a mirar en todas las direcciones y a preguntar: «¿Cuándo arrancará el autobús?» «¿Cómo que cuándo?», le contestará, asombrado, el conductor, «cuando se reúna tanta gente que lo llene del todo.»


Traducido a la práctica, eso significa que si vamos a una aldea donde por la tarde debía celebrarse una reunión y allí no hay nadie, no tiene sentido la pregunta: «¿Cuándo se celebrará la reunión?» La respuesta se sabe de antemano: «Cuando acuda la gente.»

El fragmento anterior pertenece a una de las primeras páginas de Ébano. Ciertamente, he leído este libro con admiración puesto que cada página me descubría un nuevo matiz del continente africano. En mi caso, ese gran desconocido. 

Ryszard Kapuscinski, que estuvo como corresponsal en África varios años, hace de Cicerone. En Ébano, Kapuscinski nos hablar de su experiencia en el continente, donde estuvo cubriendo la guerra en Zanzíbar, por ejemplo. Leyendo Ébano, conoceremos un poco más cómo surgió en Ruanda la guerra entre hutus y tutsis y seremos conscientes de por qué hay en África muchas guerras civiles y pocas guerras entre países. En una visión de África que pone su acento en las personaso, sobre la descripción de la vida y las costumbres, nos acercaremos a un mundo que ni si quiera conocen quienes viajan al continente de turismo. Porque la verdadera África es la de las creencias en los muertos, la del trueque, la de la corrupción por el poder, la de las tribus y los clanes... La verdadera África es la de Amín y Salím, la de los pozos y la de los pasaportes robados... La verdadera África es la de Ébano. Es esa de la que nosotros sólo podemos leer páginas, sin llegar a experimentar el calor tedioso y pegajoso del sol del mediodía, o el aterrador ataque de los mosquitos. Por más que cuando leamos Ébano fuese como si estuviésemos allí.

Dicho lo cual, me aventuro a afirmar que volveré a leer algo más de Kapuscinski.