lunes, 3 de marzo de 2008

Las partículas elementales


Autor: Michel Houellebecq
Editorial: Anagrama
Páginas: 320
Género: Novela
Año de edición:1998


Emprendemos la reseña de Las partículas elementales advirtiendo a los posibles lectores futuros que sus páginas pueden ocasionar una honda conmoción, acompañada de reflexiones incómodas que sin duda se prolongarán después de concluir su lectura.
Houellebecq nos enfrenta, sin tapujos, a la existencia decadente del hombre occidental y a las consecuencias de pertenecer a un sistema materialista en el que juventud y belleza se erigen como valores supremos, ignorando que vejez y decrepitud son condiciones inevitables de la naturaleza humana. El análisis de los cambios sociales ocurridos con la revolución sexual de los 60 desvela la actual función de la sexualidad, que se ha convertido en un potente índice jerarquizante —a la misma altura del dinero o tal vez por encima— en aquellas sociedades donde se ha alcanzado un bienestar económico general. La sexualidad entendida como vía de individuación, como culminación física del placer individual, sublima el egoísmo humano y ayuda a lubricar la maquinaria capitalista, donde se justifica, en última instancia, su éxito; de esta manera, aleja al hombre de principios como la solidaridad, la amistad y, sobre todo, el amor, que son, contradictoriamente, los únicos instrumentos capaces de proveer al hombre de la felicidad. La disolución de la familia —como célula social en que dichos principios cristalizan con mayor fecundidad— a costa de alcanzar la libertad individual no ha traído esa ansiada felicidad, sino que ha aumentado nuestro aislamiento, ya que los valores imperantes de diferenciación materialista, competitividad y hedonismo ególatra que han contribuido a esta disolución no pueden producir otro resultado. Esta parece al menos la apuesta de Houellebecq, aunque se decanta más por la descripción de las causas y los males que por la propuesta abierta y contundente de una alternativa o una solución.
En la novela, esta teoría sociológica se desarrolla al tiempo que se nos narra, con una prosa austera y directa, la biografía de Michel y Bruno, hermanastros de opuesta personalidad y destino paralelo, que comparten su situación de desarraigados: el primero, Michel, científico prestigioso, incapaz establecer lazos emocionales con sus semejantes; el segundo, Bruno, profesor de literatura frustrado por sus carencias sexuales.
Parece lógico, después de leer esta argumentación, que muchos consideren a Houellebecq un poco reaccionario, especialmente si le sumamos otras acusaciones, como la misoginia. No es un escritor políticamente correcto: su islamofobia es palpable. Es razonable también que se le tache de nihilista, consecuencia natural de prodigar los vicios y zonas oscuras del comportamiento humano sin vislumbre de esperanza, al menos de una forma realista: el final de la novela, a pesar de ser ambiguo —es el propio hombre o son los condicionamientos externos el origen de su mezquindad—, provoca un sentimiento descorazonador al contextualizarse en un marco de utopía amparada por futuribles avances científicos. Pero la literatura no obliga al lector a comulgar con todos los matices del ideario del autor, y sí encarna, muchas veces, el desafío constructivo de lo establecido en nuestros esquemas mentales, y esta es una de las grandes fuerzas que garantizan su supervivencia y la de las demás artes.

(Opinión de Imaginaria)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo lei ese libro hace años y recuerdo que me quedé impresionado. Es lo único que he leído de Houllebecq pero me pareció muy bueno. Sinceramente, creo que ahora debería retomar su lectura para ver (desde una cierta madurez) cómo me enfrento de nuevo a esta historia.

jerrewell dijo...

Lo he releído dos años después de lo previsto. Francamente, lo recordaba mejor, pero es cierto que el aire de angustia y descorazonamiento es irrespirable hacia el final del libro.