sábado, 21 de junio de 2008

La elegancia del erizo


Autor: Muriel Barbery
Editorial: Seix-Barral
Colección: Biblioteca Formentor
Genero: Novela
Páginas: 368 págs.


Una historia que iba para cuento pero que se malogró: esta es la impresión que me ha dejado la lectura de La elegancia del erizo. El principio de la novela es bien prometedor: tenemos a Renée, portera de un palacete parisino donde vive la flor y nata de la burguesía de la capital francesa; portera de cultura enciclopédica que ella intenta esconder por todos los medios bajo una falsa capa de vulgaridad. Y tenemos también a Paloma (cuyo nombre no sabremos hasta el final), la superdotada hija menor de una de las familias del edificio, y que comparte con Renée el profundo desprecio hacia su familia y sus vecinos, aunque la portera y la niña nada sepan la una de la otra. A partir de aquí, los pensamientos y las incidencias de ambas se van alternando para mostrarnos el caleidoscopio humano en el que se mueven los personajes, hasta que la llegada de un nuevo vecino desencadene una serie de acontecimientos que llevarán la novela a su inesperado final.

¿Cuál es entonces el problema? El problema es la autora, que no puede dejar que sus personajes sigan su propia lógica interna y se empeña en introducir reflexiones, sucesos y acciones que van de lo incongruente a lo ridículo. ¿A qué viene el temor visceral de Renée a que los inquilinos descubran que lee a Tolstoi? ¿Cómo es posible que Paloma sea capaz de reflexionar sobre las inclinaciones políticas de sus padres con una madurez inaudita, para a continuación reaccionar de una manera pueril propia de la niña de doce años que es? Y la juventud universitaria descerebrada, y la población campesina embrutecida... Y entre tanta idea profunda, tanta lectura sesuda y tanta apología de todo lo japonés, Muriel Barbery parece olvidarse de que está escribiendo una novela. Para desgracia del lector interesado, que empieza leyendo un cuento para terminar con una especie de panfleto entre las manos.

(Opinión de carmenneke)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hum, pues a mí me ha gustado. ¿por qué? por saber que hay algo más que certezas en las relaciones humanas.

Anónimo dijo...

Sensibilidad y buen gusto